domingo, 3 de marzo de 2019

Puede parecer una tontería pero ayer sábado me sentí muy bien en un bar. El caso es que fui con Paco a la asociación y Alberto, uno de sus miembros, se vino andando desde Las Rozas a Majadahonda con nosotros para ver el fútbol. El fútbol fue una excusa pobre para comernos una ración de patatas bravas y otra de calamares en buena compaña. Lo del fútbol pronto decayó. Yo me fijé en la gente: dos familias enteras cuyos hijos eran educados y cenaron alegremente sin dar la brasa, mientras sus padres charlaban. Otra familia de padres, hija e hijo más pequeño charlando y riendo animadamente sin dar la brasa. Y otra gente que se comunicaba sus penas o sus fortunas de la vida en un trasiego de diálogos fructíferos, todo en una armonía que a mí me llamó la atención. Salí cuatro veces a fumar y en la primera vez vi dos enamorados que se besaban. Luego vi dos mujeres que hablaban del trabajo de una de ellas. La tercera, vi un hombre que dejó un perro de lanas a la entrada y entró a ver el partido un rato. La última salí con Alberto, mi amigo, y hablamos de los nervios que tenía porque iba a tener el examen de oposición para celador en el hospital. Por una vez la gente se olvidó del fatuo fútbol que estaba languideciendo y se dieron al sabroso diálogo de sus vidas para bien de la comunicación del ser humano. Y me gustó mucho ver tanta gente charlando y pasando de los putos futbolistas ricachones de mierda.

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