sábado, 29 de abril de 2017

Pongamos que hablo de una sensación vital de derrota. Ese es el modo de sentirse no solo de los españoles sino de todo el mundo. Se acabó el progreso continuo desde que acabó la II Guerra Mundial. Ahora todo son tiranteces entre los mandatarios, entre los políticos nacionales, entre la gente.
Nos han acostumbrado a lo incierto. Ya nada es seguro. Ninguna creencia es firme. No hay derechas ni izquierdas. Toda idea se ha subvertido mediante la mentira y la manipulación.
Ojalá yo creyera en Dios o algo perenne que me diera una certidumbre pero no creo; yo mismo soy un tipo dubitativo que no sé a ciencia cierta quién lleva la razón en estos tiempos.
La gente desconfía: es el ejercicio más ejercitado desde que llegó la crisis. Cualquiera es capaz de engañar, de que su prestigio se venga abajo por ladrón o embustero. Los bancos han engañado. Las instituciones fallan. Los presidentes decían que no había crisis, solo deceleración y ganaban elecciones. Mintieron descaradamente para ganar. Y con mentiras no se gana nada. Sí, se gana desconfianza.
Luego vinieron recortes porque hubo, eso: gastos sin cuenta, derroche. Y luego vino el populismo que lo quiere arreglar todo si le damos el poder.
Y luego se destapó la corrupción. Más mierda. Más ilegalidad porque se financiaban los partidos ilegalmente.

Y ojalá no venga el populismo barato arreglalotodo.

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