sábado, 29 de abril de 2017

No nos engañemos. No es que yo piense que la vida es difícil y que la gente acoja su soledad como mal menor. Es que, objetivamente, vivimos la vida en una soledad impuesta por temor al otro. La amistad nunca ha sido tan cara como en nuestros tiempos. Es muy difícil hacer un amigo tanto por parte nuestra como por parte de los demás. Todo el mundo piensa que los demás, como nosotros mismos, están llenos de problemas y, por lo tanto, son extraños y preocupantes compañeros de viaje.
Una vez en la escuela, en el instituto o en la universidad sí se pueden hacer amigos pues todos los de tu alrededor tienen un destino común (estudiar para alcanzar un puesto de trabajo) pero sacados de ese contexto o de algunos otros que favorezcan la camaradería, todos los que te rodean son extraños y peligrosos. O así los percibimos. Es la crisis, el terrorismo, las drogas de cualquier tipo, la delincuencia,  la pobreza, el paro, el origen del otro que tenemos enfrente, la guerra de los sexos, los problemas psicológicos que abundan en nuestros días. Es decir: nadie está exento de problemas. Es más: cargamos con un montón de problemas que nos hacen peligrosos a los demás, poco claros, caóticos, extraños, difíciles de comprender, casi peligrosos para llevar una vida normal junto a quien sea.
Después de esta crisis económica pero también de valores, de pérdida de confianza en la persona, de corrupción política pero también personal, nadie se salva. Yo no voy a ser un héroe que busque la realización personal a través de los demás. Yo soy un enfermo y debo acatar mi enfermedad y conformarme con lo que hay: esos amigos superficiales con los que tomar un café.

Si no tienes azúcar, olvida lo dulce.





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