jueves, 6 de abril de 2017

Mis escritos me producen pereza. Cuando empecé a escribirlos, un entusiasmo por la historia que estaba contando me llevaba a rellenar páginas y páginas con la euforia de lo que está por acontecer y la novedad de lo que ocurría ante mis narices. Pero los buenos toreros (y los buenos escritores) son los que saben rematar la faena; o sea, acabar lo empezado. Hay historias que se me han quedado cojas porque se me acababa el material narrativo: el personaje no tenía ya adónde ir o qué hacer. ¿Lo mataba? Una salida fácil. ¿Seguía escribiendo ocurrencias de él? Un medio de complicarme la vida y no acabar nunca.
Cuentos tengo que han quedado archivados sin un fin. Novela tengo que no he desarrollado felizmente y ha quedado desestructurada: partes largas y partes cortas que no tienen un sentido único.
Quizás este verano venza la pereza y me dedique a rematar historias de algún modo convincente. No en vano, llegaremos a los cuarenta grados así que me compraré un ventilador y empezaré a rastrear historias inconclusas para que no se queden cojas en el archivo de mi penuria literaria.
Julio y agosto van a ser testigos de finales de historias que yo quiero sorprendentes y no lo van a ser: simplemente, la historia concluirá y dejará de chirriar en los archivos.


Algo hay que hacer para que no nos ocurran cosas.


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