miércoles, 25 de diciembre de 2019

Había un país llamado Catalonia que estaba compuesto de cerdos, zorras y perros rabiosos. Los cerdos eran los que mandaban y se hinchaban de bellotas en el encinar. Los perros rabiosos eran los guardianes del país y las zorras purulentas, flacas y amarillas, se dedicaban a enredarlo todo para joder a otro reino enemigo.
La leyes del país las promulgaban los cerdos que no querían más que todo Catalonia se convirtiera en un inmenso encinar para ponerse gordos con las innumerables bellotas que caían. Además, los cerdos invertían en una cosa que se llamaba el pienso, que les daba el reino enemigo para que se calmaran y no gruñeran como poseídos. Hay que decir que los cerdos de Catalonia estaban endemoniados y no hacían más que gruñir de la mañana a la noche y a algunos de estos cerdos gruñidores hubo de encerrarlos un tiempo porque se volvieron locos porque querían la independencia de Catalonia del reino enemigo. Las zorras purulentas y amarillas andaban todo el día por Catalonia diciendo sandeces, mentiras y argucias para que la gente de otros reinos creyeran que Catalonia estaba oprimido por el reino enemigo. Los perros rabiosos de Catalonia salían a las ciudades a asustar a la gente de paz y no les dejaban vivir. Hasta que un día, un oportunista del reino enemigo quiso hacer un trato, un diálogo, como los guerreros imbéciles de este partido del oportunista llamaban al trato, con los cerdos, las zorras purulentas y los perros rabiosos. Y el trato no salió. Porque los cerdos pidieron mucho más pienso del necesario, comieron muchas más bellotas y se pusieron tan gordos que dabana asco. Las zorras inventaron muchas más mentiras y los perros rabiosos mordieron a unos soldados muy buenos de la propia Catalonia. Y el pueblo se cansó de cerdos, perros y zorras purulentas y las mató a todos en una hoguera multidudinaria y cuando se quemaron toda esta mala ralea, el reino de Catalonia respiró en paz.

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