Parezco yo una víctima. Pero no lo parezco. Lo soy. Soy una víctima de intromisión y robos por parte de mi propia familia. Una coacción. Unos documentos. Unas llaves. Un ensañamiento sobre mi persona y la de mi hermano. Los actantes de estas tropelías se creen que me han hecho un bien robándome y metiéndose en mi casa, obligándome a hacer una cosa que yo no necesitaba. Son gente narcisista que ve en los demás algo con lo que traficar, alguien con quien meterse hasta el fondo de su intimidad. No llaman más que para decir: ¿estáis bien? Son gente atorrante que va por la calle con el gesto de un chucho. Desde que no los veo, mi salud mental ha mejorado en muchos enteros. Son gente siesa y ocultadora. Que no ve la hora en intervenir en mi vida como intervino ya antes para mal mío y de mi hermano. Pero ya no pueden hacernos nada. Seguro que Dios los castigará aunque no crean en Él. Son gente que solo piensa en el puto dinero.
Míralos cómo sufren de envidia y sin alma, huecos, vacíos.
Déjalos: ellos mismos sufren, sufren de muchos males.
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