Ahora recuerdo una travesía tranquila y decente. Me iba despojando de ropas que no me valían ya y seguía andando hasta que me encontré yo solo después de mucho caminar. No echaba en falta esos antiguos ropajes porque no se ceñían ya a mi cuerpo sino que me llenaban de picores y úlceras. Me vestí de soledad en medio del viaje. Me vestí de la desnudez de mi cuerpo. Y seguí caminando y me hice viejo pero no se lo dije a nadie. Otros ya habían seguido este trayecto siglos atrás. Y pensé: no soy el único en el mundo al que han traicionado, al que han olvidado en la desgracia. Los asuntos de ellos ya no me interesan y haré de viejo lo que me salga de los cojones. Yo ya no me moveré de la senda trazada y no me importunarán más porque de nada saben hablar, nada saben hacer los "cercanos" individuos que pasan de mí.
Míralos: no llaman más que preguntando si estamos malos.
Los que están malos son ellos de la cabeza.
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