El oscuro vacío de su vida no contada le puede mucho. No es hora ya de dar el pecho a los demás. Ya se ha fabricado un secreto muy metido en su existencia como para ponerse a hablar de qué hace. Ni mirto ni laurel. Es una cosa fantasmal. La vida va pasando y todo se va enredando en una fantasía que va a menos. Es muy pobre, es un tonto de la ocultación. Pobre, lo que tenía que contar ya no interesa a nadie. El olmo, con su altura impensada, es la antorcha del día. Hay unos olmos que dan a mi ventana y yo los miro profundamente, con cariño de amante de la naturaleza. Los olmos se yerguen como espadas sin filo, como hombres en pie de guerra, como la verdad que buscamos todos. Luego, veo al vecino, tan bajito, tan triste, tan aburrido. Da pena el vecino. Qué raro el vecino. Qué harto está el vecino de contar las mismas cosas.
Mira por dónde viene uno que no sabe ni leer.
Es normal. En este país es normal que la gente no lea.
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