Esta era una señora que iba por Madrid como la que va por un pueblo. Se sabía todas las líneas de metro y autobús y tan pronto aparecía en Príncipe de Vergara como paseaba sus huesos por la Plaza Mayor en cuestión de minutos. Se lo pasaba pipa usando el transporte público. Un día, en el Retiro, resbaló con una cáscara de plátano y se rompió un hueso. La llevaron prontamente al hospital más cercano y la llenaron de yeso la pierna. Estuvo unos días en el hospital y la fue a ver su marido, sus hijos y sus amigos. Ella deseaba enormemente montar en el metro otra vez a oler ese olor a cerrado y a hierros que frenan en cada estación. Y, cuando se recuperó, hizo una travesía por el metro que la llevó por mil sitios pero subterráneamente, escondidamente, debajo de la superficie terrestre. Y fue feliz. Y no se lo contó a nadie.
Coge el metro, móntate en un autobús, coge un taxi
y piérdete en Madrid.
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