La pequeña luz deshabitaba mi corazón para dejarle un hueco irreversible. Los pantanos de la existencia dormían exhaustos. No quería vivir así, en la soledad enojada. Mano a mano con los amaneceres lentos, tibios, dolorosos. El alma se hacía sentir en forma de miles de minutos esperando nada. No tenía entre sus manos más que el alivio torpe de su reloj solitario. Son muchos días, son muchos nervios estancados. Mirar por la ventana a los olmos trae la desidia a su espíritu. Está cansado. Está obligado a vivir, a arrojar su vida a las feroces horas del día. Es una cerrazón oscura, es un dolor inmenso, es la dureza del aislamiento. No para de pensar en Dios y reza. Rezar se ha convertido en la solución a sus penas. Reza solo, reza lo que sabe, reza convencido. Son las paredes las que marcan su oración a lo alto y santo.
El rumor se acallaba muy dulcemente
cuando se dirigía a un ser supremo, a un elevado señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario