Tengo escrito un libro de poemas en que la protagonista es la acera. Esa que aguanta las pisadas ciudadanas a todas horas. El corazón es un templo hecho a medida del corazón. Debemos vivir en armonía pero el mundo es muy grande para ser armonioso. Hay guerras, hay envidias, hay soberbia, hay incomprensión del otro. Es la mañana. La dulce forma del sol alumbra felizmente la Tierra. En el parque, un abuelo envuelve a su nieta en amor. Lo único que sé es que no sabemos nada, que nadie puede saber cómo conducir este caos en el que está inmerso el mundo. Se busca la paz. El metro encierra en sus laicas bóvedas vagones llenos de gentes creyentes o ateas y los dirige a un destino particular. Viva el metro, viva la comunicación inteligente de las masas, pero, ¿en qué creen esas masas? Todo es una vociferante tierra de ciudadanos que no se entienden.
Tú estás en ese taxi parado, deseando llegar a tu destino.
Pero hay destinos más arduos a los que no se va en taxi.
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