La vida me rodea y me hace más grande como en aquellos años en que la felicidad me cabía en el cuenco de la mano. Yo no pedía mucho y todo me era dado. La muerte era un accidente en la primavera. La muerte no me decía nada. Las mañanas pasaban incólumes y bonitas como flores abiertas de par en par. En un trozo pequeño de fatigas me fui haciendo cristiano, amable y sincero. Los días se hacían de una miel extensa y cristalina. Yo era ese ser especial que con todo transigía. Los abuelos fundaron la tierra, la vida pasaba a los hijos y nietos, a los que tenían la fe quebrantada, a los que exigieron y mandaron demasiado. Me estoy poniendo gordo, muy gordo y necesito andar por ahí un paseo largo.
España grave, quieta en la esperanza,
se levantará un día de estos pidiendo justicia.
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