martes, 18 de junio de 2019

Hace cuatro días decía yo que no hacía tanto calor en la calle. Ahora ya no digo lo mismo. Ha venido el calorazo. El aire que anda ya es caluroso. Ya no se puede salir de dos a cinco de la tarde so pena de insolación o golpe de calor. Ya estamos como los cinco años anteriores. Y de arriba no cae ni una puta gota.
Me pregunto qué decían los indios norteamericanos mientras danzaban el baile de la lluvia o qué rogativas se invocaban cuando se sacaba un santo en tiempos de sequía aquí en España. Me parece que era algo así: "Danos el agua, Señor...etc." No sé más.
Decir que eran estúpidas ambas actividades (danza de la lluvia o rogativas) creo que es mucho decir. Por lo menos, la gente se consolaba de que había pedido agua a Dios y a Manitú. Si no llovía, es que eran esa gente, gente pecadora y cobarde.
Tanto que se inventa y no se inventa una manera de juntar las nubes para que llueva. La naturaleza es inimitable, no quepa duda a nadie.
El resto de blog lo voy a utilizar como ensayo antes de ponerme a escribir mi novela. A ver si me sale una metáfora por el camino o un hallazgo literario mensurable.
El caso es que lo que escribo no debe valer mucho: lo que valga la tinta y el papel en la que esta vaya impresa. Mis ideas no deben ser muy originales pues cuando yo escribo, pienso que alguien ya escribió algo parecido o lo va escribir en cualquier momento, incluso cinco minutos después que yo: ha habido tantos escritores y hay tantos escritores en el planeta que todo lo que se le ocurre a uno se le puede ocurrir a otro en cualquier momento o habérsele ocurrido a otro de años anteriores del  que se publicaron sus obras y ya casi nadie lee. Y es que, ¿hay alguien dispuesto hoy en día a leerse no digo el Quijote porque ya aburre pero alguna obra de Galdós, de Zola, de Poe y de todos esos que lucharon porque la gente los conociera por medio de sus obras y hoy en día solo conocemos unos cuantos? Me da la sensación de pertenecer a una secta extrañísima, a aquella en la que los sectarios leemos y escribimos libros. Los lugares en que reposan los libros en casa suelen ser aquellos en los que más se acumula el polvo, un polvo denso de años. Los pobres libros parece que tienen, aparte de cubierta, una sobrecubierta gorda de densa capa de un residuo que ha ido cayendo y cayendo sobre ellos, de forma que este residuo dice mucho de la cultura de los habitantes de la casa. El libro tiene un temible competidor: la televisión. Es un cuadrilátero loco y absurdo donde aparecen en montón desordenadas imágenes de gente diciendo y haciendo gilipolleces sin cuento. Pero a la gente le mola más eso que los libros, donde hay un orden por capítulos y un principio y un final. La tele no tiene fin aparente. Dura lo que duren los habitantes de la casa si no se vuelven ciegos o sordos (que tontos ya están). Así que yo soy de una secta que odia la televisión y le gustan los libros. Pronto, esta secta dejará de existir o se la perseguirá por rara y porque no tiene con quién hablar en la calle. A lo mejor la secta de escritores-lectores se extingue ella sola.
Y lo que dice la gente a la que le gusta la tele, ¿eso de escribir qué es? o ¿eso de leer, para qué? o ¿qué coño son esas manchas de tinta que parecen en unos papeles todos juntos y que te dejas la vista al intentar leer y además la mitad o más de la mitad de las palabras no se usan o no hay quién las entienda? Pues eso: vivo en una secta incomprendida que va a su extinción porque nadie la entiende. Si me pasara a la secta esa de "Salvamé" o de "Aquí no hay quién viva" en la que no se piensa más que en decir y hacer la gilipollez más grande o meterse con el vecino constantemente y chismorrear de unos y de otros como putas cotorras enloquecidas, me conocería hasta el papa. Total: que cualquier gilipollas que sale en la tele diciendo que se ha acostado con otro gilipollas como él y están todos hartos de coca tiene más difusión que Flaubert. ¿A qué no sabes quién fue Flaubert, lector de este blog? Pues eso.

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