martes, 19 de septiembre de 2017

El Escorial es muy bonito porque parece que te habla la piedra. En Toledo, cuando vas por las callejuelas, también te hablan los siglos. En Alcalá de Henares y en la Salamanca del Tormes te hablan las leyendas, las universidades, el Lazarillo, Cervantes que estudió en la ciudad madrileña y tantos otros escritores renacentistas que blandieron su pluma para quejarse o para crear otro mundo porque este no les gustaba. Me gusta el Renacimiento: se dieron en esa época el descubrimiento de los clásicos y su renovación y también un modo optimista de ver el mundo, un modo culto de ver las cosas. La primera parte del Quijote obedece a ese ideal de que las cosas tienen arreglo, de que la vida es bonita. Luego llegaría el barroco y la vida se sumió en un caos que Dios creaba para su desentrañamiento, su sutil análisis inteligente. Así son "Los sueños" de Quevedo y otras obras en prosa del autor, en las que todo está enmarañado, todo el mundo engaña. Me parece que vivimos un barroco en el que todo está mezclado y nada es lo que parece. La sinceridad y la verdad se han aparcado en un parking subterráneo y no salen a la luz nunca. Qué falta nos hacía un renacimiento de las ideas, de los cargos, de los que gobiernan, de la literatura, del amor y del hombre y la mujer que hoy en día están sumidos en un caos de confusión, de engaño, de divorcio continuo, de las pocas ganas de mostrarse tal cual uno es.





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