jueves, 4 de mayo de 2017

Por la tarde, he ido a Las Rozas y he vuelto. Por el camino he pensado en la soledad. Estamos muy muy conectados a través de modernos aparatos y aparatitos pero no nos vemos mucho las caras, esa es mi impresión. Otra cosa es que pueda haber en este mundo personas totalmente solas: o sea, fuera de toda sociedad, fuera de todo contacto humano, como náufragos. Pensando en los indigentes he hallado la respuesta. Y no todos. Fuera de ese rango u otros de desgraciados a los que se les niega el contacto humano (pienso en guerras, en esclavismos o en otras realidades horribles) no hay muchas personas que estén desligadas de la civilización, de lo  humano. Pero estamos demasiado atados a este invento virtual de las redes sociales y a los móviles y los whatsapps.
La realidad virtual nos sustrae bastante la realidad social a la que tiende el ser humano. Avanzaríamos más si cuadráramos los horarios de las familias y no inventáramos tantos mecanismos que nos anestesian la verdadera unión entre unos y otros.
La conciliación que llaman ahora vendría muy bien para que todos nos viéramos más, que realmente es lo que se desea, creo, y no el sucedáneo de mensajitos y llamadas. Para la coincidencia de los horarios se necesita mucho trabajo y pensamiento. Para inventar un modelo nuevo de móvil, no creo que ni la milésima parte de materia gris.

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