jueves, 12 de julio de 2018

La buena literatura es aquella que nos sorprende o nos inquieta de modo que pasamos la siguiente página y leemos. Si la acción se demora demasiado, nos aburrimos y leer nos produce aburrimiento. Una acción continuada y repetitiva en el tiempo, ha de llevarnos a una sorpresa que viene dada en ese propio mundo repetitivo y continuo del que estamos leyendo. La originalidad ha de partir de lo ordinario; la sorpresa ha de partir de lo normal. Estos días han servido para advertir en mis sentimientos una aceptación de mi vida ordinaria como algo de lo que de nada sirve quejarse y que hay que llevar como se pueda. Los sucesos extraordinarios no me pertenecen, no están para mí. La sucesión de horas en mi vida solo sirven para ir estudiando una carrera que es Psicología, para pasear por la tarde al pueblo de al lado y para charlar con algunos conocidos sin grandes pretensiones metafísicas o intelectuales. La vida es plana e insípida. Me alimento, echo una siesta, estudio, paseo y charlo. Así todos los días sin ninguna variación. Lejos están los días en los que, en un café de la ciudad, se enfrentaban dos posturas ideológicas representadas por dos insignes prohombres de la cultura y que acababan a paraguazos. Ya la gente habla por hablar y no disiente del otro por educación y no se pega por ideales o por pensar diferente. Valle Inclán perdió el brazo en una pelea. La gente ya no se pelea por ideas. Traga con todo.

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