domingo, 1 de julio de 2018

Hay días en que la mente reposa y no dice nada, está muy callada ahí dentro, como si no interviniera en nada de tu vida. No se hace reproches, no piensa en resignaciones torpes, no duda de la existencia, no envidia a los demás, no desea nada porque está a gusto metida allí en tu cráneo como si discurriera o fluyera como la brisa de la tarde fluye, tranquila y reconciliadora.
Hay días en que su tarde parece decir que todo es perfecto porque la mente está tranquila, no rebulle maldades en contra de la persona que posee esa mente sino que la persona y su mente forman un conjunto armonioso, una unidad lúcida de silencio sosegado.
Hay días en que un paseo ya llena de felicidad todo el ancho mundo que no has visto en tu vida pero que tu mente te dice que no merece la pena ver, que se está muy a gusto así, el pequeño recorrido de tu vida danzando muy suavemente delante de ti, cantando una canción inaudible que dice: qué tranquilidad.
Y como la mente no dice nada, uno está a gusto con la vida porque las ideas de insatisfacción han cedido a un nirvana deseado que no se sabe cómo ha llegado pero que uno desea que permanezca todo lo posible.
Y así va pasando la tarde sin saber cómo has vivido ese estado de tu mente que tanto bien te ha reportado cuando tu mente suele estar en contra de ti continuamente sin dejar de pensar negativamente acerca de tus circunstancias que quizás sean tristes o no satisfactorias pero si tu mente no se da cuenta o pasa de largo sobre esas circunstancias, como ayer por la tarde, eres muy feliz porque tu mente está en reposo como una leve mariposa o como una planta que flota sobre un estanque.

La vida te sorprende cuando tu mente se queda quieta y tranquila.

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