martes, 24 de julio de 2018

Hoy al levantarme, las sensaciones eran buenas y se ha cumplido el pronóstico: he pasado un buen día. Me he divertido con mis amigos cuando lo general es lamentarme y pensar que estoy perdiendo el tiempo con ellos, he comido muy bien: coliflor al ajo y pollo frito. He estudiado convenientemente aunque me doy cuenta de que me falta mucho por estudiar. He charlado con mi amiga muy amablemente y los pensamientos que he tenido mientras paseaba a Las Rozas han sido tan agradables y placenteros que se me ha pasado el paseo en un santiamén. No he estado lamentándome de mi situación global o particular. No me he hecho reproches de esos que me dejan por los suelos ante la gente que me rodea. No he envidiado a nadie. Me ha dado igual que la mayor parte de Majadahonda esté de vacaciones. Me ha dado igual que otra gente que conozco lo esté pasando mejor que yo o tenga más amigos o pueda beber y vaya a conciertos. Me ha sudado un pie toda la gente que conozco o que me pudiera imaginar en la puta playa emborrachándose o bañándose o jodiendo con una buena tía. No todos los días son así. De hecho, pocos días son así. Por mi enfermedad o por mi forma de ser, siempre estoy renegando de mí mismo y fastidiándome mi propia vida deseando cosas que no sé por qué las deseo. En este sistema de vida, te ayudan mucho a desear cosas que la mayor parte de las veces no puedes alcanzar. Es una pena. Porque si las personas se conformaran con lo que tienen y con lo que son, vivirían felices sin trastos inútiles y sin necesidades absurdas que no crean más que frustración.

Hay días que vives tu propia vida.

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