viernes, 8 de febrero de 2019

En la vida, muchas cosas de las que vemos o sentimos nos recuerdan a la muerte. Más bien no debería decir recuerdan sino que nos barruntan o nos enseñan sutilmente que vamos a morir. Un insecto vulgar al que espachurramos con el pie, nos hace pensar: "pobrecito, qué poco ha durado" porque nosotros somos también un poco ese insecto vulgar. Cuando me afeito, pienso: "otra vez afeitarme, cuando será la última vez que me afeite". Supongo que pasará eso a las mujeres con las axilas pues barba no echan, cuando se las afeitan. Cuando nos afeitamos, somos más viejos que la última vez que lo hicimos, esos pelos han crecido porque ha pasado el tiempo y el paso del tiempo nos acerca a la muerte. Cuando hemos pasado por algún disgusto o enfermedad y estos se nos asoman a la cara, decimos frente al espejo: "he envejecido con esto que me ha pasado". Cuando salimos a la calle y vemos a aquellos que conocimos pujantes y ahora están encanecidos y van con garrota o notamos los efectos del tiempo en ellos y luego, claro está, lo notamos en nosotros pues sabemos la edad que tenemos y decimos: "cuánto tiempo ha pasado" y echamos la vista atrás y la detenemos, no sé, en un tiempo en que uno trabajaba joven y fuerte e iba en el cercanías y no le importaba perder el tiempo como fuera pues tenías de él a manos llenas por delante.
No quiero decir que me sienta viejo ya pero voy cumpliendo años y noto esas cosas, a determinada edad empiezas a notar esas cosas y te vuelves más triste, como anunciando una vejez.
Pero no hay que preocuparse porque hay otros motivos que nos hacen sentir jóvenes como las celebraciones, las charlas jocosas con los amigos en que no te das cuenta de que el tiempo pasa o cuando estás enfrascado en una tarea bonita que te hace sentir útil o cuando cuidas de tus hijos que te llenan de felicidad porque los ves reír o cuando vas al campo o paseas por la ciudad sin pensar en gran cosa... Parece que Dios nos ha diseñado para barruntar la muerte y también para espantarla todo lo que podamos.
Esto viene a cuenta de una cosa que leí de una señora que estuvo con enfermos y decía que la muerte casi ni la sentimos la mayor parte de las veces. No nos damos ni cuenta de que llega en muchas ocasiones, es un tránsito leve y ligero; por lo tanto, ¿por qué preocuparse por el paso del tiempo y de la muerte que es a lo que nos conduce si normalmente ni nos vamos a enterar apenas?
Lo peor es una vejez sin recursos, una inestabilidad económica. Esto lo  hablé yo con mi amigo Antonio (todo esto del paso del tiempo y la vejez) y concluimos que lo peor de todo es no tener una independencia económica en cada estado de la vida, un alivio de dinero que haga que pases bien la vida. A eso se reduce todo, al tener dinero. Por un lado, cuando somos jóvenes, tenemos empuje suficiente para ganarnos la vida si no se cae en embelecos como la droga y gilipolleces así. Cuando somos viejos, si no hemos sido muy tontos, hemos ahorrado para llevarla bien.
Y toda la problemática del paso del tiempo se resuelve en tener dinero que te apoye en tu desvalimiento. El Estado cuenta con ayudas y recursos para aquellos que no tienen, pero es mucho mejor que te lo proporciones tú mismo con tu trabajo o tu ingenio.
Por tener dinero no vamos a dejar de tener esa sensación agobiante de la edad que pasa, pero la vamos a tener con menos agobios.
Y ya está. Cada vez que nos afeitamos o nos miremos en el espejo podríamos pensar que qué más da, que todo se trata de un tránsito suave y que quizás, si Dios existe, no nos destruimos del todo, sino que vamos a algún lugar incluso mejor. Porque nadie ha vuelto de allí a ver si es bueno o es malo, nadie nos va decir qué hay tras la vida pero si tenemos un poquito de fe podemos pensar que no es tan malo como lo que hemos vivido aquí en la Tierra. Porque, la verdad sea dicha, hay en la Tierra o en la vida montones de cosas que nos hacen sentir muy mal, verdaderamente mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario