sábado, 9 de febrero de 2019

A Paco le da igual llevar una vida social escasa pero yo lo paso mal a veces con los pocos amigos que conocemos. He dejado a Eva y ya no salgo los fines de semana. Los fines de semana son una tortura de preguntarme qué harán otras gentes que tienen amigos de sobra como para salir y divertirse. Ayer me quedé en casa y era viernes y lo sentí mucho. La soledad en que me veo, aunque siempre acompañado por Paco, hay veces que no la soporto. La soledad es un término contradictorio y ambiguo. Se puede estar solo aun acompañado por quien sea. Se puede estar solo físicamente (ver a poca gente en realidad y hablar de algo intranscendente para uno con ella) o mentalmente (sentirse solo aunque se esté físicamente acompañado por alguien u otros que no satisfacen esa soledad).
A mí me afecta mucho la soledad, no poder contar con alguien válido al que contar cosas que me ocurren o pienso o siento solo yo; si tuviera la oportunidad de contar lo que yo siento o pienso a otra persona que pudiera entenderme o pensar cosas similares a las mías, yo sería más feliz. Por eso estoy como en una isla. Pensando cosas yo solo que no puedo transmitir a nadie porque a nadie que tengo alrededor ni le interesan ni las ha pensado nunca quizás. 
No es que yo sea alguien muy especial o que piense cosas rarísimas no inteligibles por los demás pero sí que he ido pensando cosas que, digamos, sobrepasan al sentir y pensar común de las personas que conozco. Siempre digo que a las personas comunes les interesa pasar el día. Yo no sé si me conformo con pasar el día.
También uso mucho la expresión "hablar de libros con alguien" por la cantidad de ellos que he leído y a los que la gente común no presta atención o no les da la importancia que les doy yo, lo que dicen los libros. No hablo de libros con nadie.
No salgo de fiesta tampoco ni me río abundantemente, actividades las dos que seguramente me alejarían de la sensación que tengo de estar solo y aburrido sobre todo los fines de semana y además, me ayudarían a llevar los días que vivo de manera más ligera. Solo si me riera un poco y me olvidara de mi situación por unos momentos. Pero no me río apenas. En mi vida no hay sitio para la risa.
Y así sigo. A mi hermano Paco le da lo mismo esta situación quizás por pertenecer al común de aquellos que pasan el día y con pasar el día tienen lo suficiente, siendo todos los días iguales.
Yo no. Yo deseo hacer cosas que transciendan el día de alguna manera y deseo encontrar a alguien con los mismos pensamientos que tengo yo, no sé si más altos o más bajos que los de los demás, pero sí diferentes por lo que veo. Lo que noto es que esos pensamientos me sacuden y me incitan a contarlos pero no los puedo contar a nadie. Esos pensamientos están hechos de lecturas, reflexiones, escritos que he hecho, pensamientos, ideas sobre la vida, que, claro, son originales míos, pero que a nadie interesan.
Por otro lado, yo no veo a la gente común reír mucho, parece que eso de reír pertenece a otra época o a otros lugares de los que yo habito. Tampoco veo que la gente hable de cosas transcendentes (de libros, por ejemplo) y sí que veo una como sensación de dejarse llevar la gente por el fluir del día sin querer cambiar eso: el paso del día.
Y, en fin, parece que he de aguantarme no por ser yo alguien especial que no encuentra a otros especiales sino por la vulgaridad que hay en el ambiente, ese de levantarse, vivir y acostarse siendo siempre el mismo, sin haber pensado algo bonito, sin haber reído por algo divertido, sin haberse preguntado qué pinta uno en la Tierra.

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