martes, 23 de junio de 2015

Hacemos a veces grandes planes para el verano. Por lo menos planeamos las vacaciones aunque sea para estar tirados en el patio de casa sin hacer nada fumando un cigarrito tranquilo. Los más ambiciosos se sacan el título de pesca y un día van a la orilla del río y tiran la caña. Las amas de casa espantan a los niños con sus bicicletas (así hacen el tonto más lejos) y se dan a la charla con la vecina sobre los acontecimientos de todo el año por el barrio o por el pueblo (entre medias, la narración de una receta de cocina aprendida hace dos meses que ha tenido éxito en casa). Y así se pasan los días digamos que más flexibles, sin tanta etiqueta como en el invierno, como salvajes estilo tarzán, sin camiseta ni nada el padre de familia. Yo veo que este verano viene bien. No sé por qué me da buen pálpito. Espero pasarlo bien. Una semana la paso en Cádiz y voy en coche que para mí ya es una novedad importante. Las restantes semanas he planeado un programa literario que es lo mío. A ver si lo cumplo. Total, el verano son ocho semanas de infierno entre las que podemos intercalar unas cuantas duchas refrescantes y unas cervecitas.

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