Me hubiera gustado a mí descorchar una botella de champán cuando aprobé la oposición y bebérmela yo solo. Pero no pude. Me hubiera gustado, con cualquier otra ocasión feliz en mi vida, haber bebido hasta emborracharme y perder por una vez la noción de mí mismo. Pero no he podido hacerlo nunca. Siempre en estado de alarma, de atención sumisa a una realidad o aburrida o tensa, pero siempre sobria. Y así han ido transcurriendo los años, sin una chispa alcohólica por mi parte, sin beber yo más de la cuenta, sin ponerme a cantar a destiempo, sin bailar ebrio ni llorar borracho. Así envidio yo a los que beben y se ponen contentos aunque nunca supieron por qué. Así yo no me he emborrachado nunca en el país de los comas etílicos. Así llevo yo la tensión de la realidad metida en un puño todo el rato, presto a asestar a la vida un porrazo, pero nunca acompañado de licor. Tu risa me da risa, tu valor me da valor, dame otro vaso de licor, canta Manu Chao.
Sobresaltos de fiesta entre cuatro paredes y bebiendo.
Ni fiesta, ni un dedo de alcohol, ni el desmayo de la vida.
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