A vivir que son las doce, dice mi reloj en mi muñeca. Por muchos achaques anímicos que uno tenga, debe estar dispuesto a hacer cosas que refrendan la vida, la dulce vida que discurre por las arterias del tiempo. Uno no puede quedarse en remirarse por dentro. Nadie se mira por dentro porque no sabemos muy bien lo que somos, así que no encontraremos una respuesta fácil a nuestro propio ser examinado. No sabemos la mayor parte del tiempo qué nos ocupa ni qué errores cometemos. La conciencia viene de Dios, de un ser que nos sobre existe y nos dicta el humor de nuestro cuerpo. Así que es mejor hacer cosas sin pensarlas y luego, quizás, veamos la razón del existir a partir de los acontecimientos que nos llenen nuestra vida.
El reloj de las ciudades va acercándonos el minuto de la vida.
Para que reparemos en que somos agua, barro, humo.
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