Hoy no he sufrido torpezas mentales por la mañana. Las horas han pasado justas y tranquilas. He cruzado un río, verme y no verme. He pensado en otras edades mías, en un pasado mío más apacible. He soñado que ya no volveré a manejar libros con fotos de cuadros y catedrales. Y todo lo que he visto alrededor de mí es bastante más feo, desasido de la bondad antigua. No llama nadie a mi móvil. No sé nada de nadie. No sé si es mejor así. Mi hermano y mi padre amparan la soledad haciéndola bonita. Una columna matutina ha ejercido de hito en la mañana. Ahora, pronto ya se va pasando el día. Un paseo pensativo, un asiento en el que meditar, un camino conocido traerá algo de luz a mi mirada, aunque fabricarla cueste tanto. Cataratas de miradas que se alzan en el día brillarán de envidia pues la onda en la que estoy no es la onda de esos espíritus que andan súbitos y alegres por la ciudad.
El despecho de un mundo entero sale de mis ojos.
Veo la luz de otros, no la mía.
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