Caigo en la trampa que me tendió la vida. La gente, por la calle, no me dice lo que valgo. Soy una moneda suelta, un verso perdido, un dolor que no sana. Mientras cae la luz repartida por el día, mis pasos me conducen a puertas cerradas. Estoy deseando decir cosas, anécdotas antiguas y allí se quedan, en mi corazón iluso, en mi bolsillo cadavérico. No quiero hablar de mí en corazones rotos, no quiero salir de casa y que me rompan la boca. Quiero una voz amiga que no existe. No hay amigos, no hay amor, no hay nadie allá fuera. Solo un hermano me mira y nos miramos la ropa que llevamos. Los locos ya se refugian en un vagón de tren todos igual de hipócritas y aviesos.
El dolor de ser no tiene palabras.
El dolor de ser no es ni siquiera una pregunta.
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