Me he levantado de la siesta y me he sentido gordo. A ver si se pasa esa sensación. Me acuerdo de un hombre que, desde el piso noveno, se tomaba un vino a cien metros del mar, con la brisa llenándole de dicha. Son las 17:00 horas. Yo quiero vivir en el mundo pero el mundo no se acuerda de mí. Todo destroza y desbarata en un instante la ruina de la vida repetida, el aburrimiento atroz y las horas que pasan sin provecho. Pero yo no voy a ser un desdichado por no vivir en un noveno con brisita marina acariciándome. Ante mí se muestra un coche blanco. Ante mí hay una carretera. Ante mí, las luces de la vida se convocan en una dulce avenida de kilómetros. Las aceras se llenan de testigos de mi lucidez dormida.
Ese resplandor que se cierra en tus ojos vivos
es el dolor de mi vida, es el día a día.
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