En un pueblo un tanto alejado del mío, me hallé en un bar, creo que el único que estaba abierto. Eran las cinco de la tarde y los empleados en ese bar estaban comiendo. Vi que no comieron gran cosa, fue como un trámite para largarse a casa a descansar. Había un joven que estuvo muy dicharachero en la comida, hablaba de lo que le sentaba bien y le sentaba mal de las comidas. Me parece que era el cocinero del bar. Tanta expansión del ánimo de aquel chico me extrañó. Mientras todos estaban aplicados a comer y rápido, este chico seguía hablando y hablando. Estaba casi exultante. Pero no trataba él de cosas imponentes; si no, como ya digo, de alimentos que le sentaban bien o mal. Decía algo así como que una pizza que se comió después de la siesta le sentó mal. Luego saludó a dos jóvenes robustos. Siendo él pequeño, tenía más presencia por el hecho de seguir charla que te charla. Mientras los otros empleados se preparaban para marcharse, el chico parlante, seguía y seguía. Ya no presencié ya más la escena porque tenía que irme pero me causó sensación ese chico que era como yo cuando era joven. Yo tenía mucha alegría y ganas de charlar cuando joven pero he ido perdiendo ambas, a menos que encuentre alguien con quien hablar adecuadamente sobre mi libro. En fin, una escena más de la vida.
Si hablas, que sea para bien, para crear un ambiente sosegado
y entonces, no dirás mucho.
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