¿Puede uno hablar de Japón si no ha estado nunca en Japón? Creo que sí, pero yo no voy a hablar de Japón. Hablaré de algo que no sea la mañana. Hablo mucho de la mañana en este blog. Hablaré de una noche, la noche en que oí al ruiseñor cantando subido en la rama mientras regresaba a casa. Esa noche yo lo vi todo. Vi las montañas azules nevadas, vi los desiertos áridos, vi las muchedumbres alrededor de la Meca, vi los buitres revoloteando la carroña, vi el árbol plantado rodeado de zarzas, vi unas fresas dormidas, vi la fuerza del buey. Vi a San Francisco con el lobo. Una vez visto todo esto, me fui a acostar y soñé con otras escenas como para película. Y me desperté siendo otro, el otro que yo mismo estaba buscando. Y ya no vi más, más que la vida siguió y siguió y yo alcancé eso que quería ser y lo fui. Y ahora ya no soy más que el ahora de aquel futuro bonito.
Aquella luna odiosa iba matando las sombras que eran queridas
y muy pronto la noche se tornó en laberinto soñado.
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