miércoles, 11 de diciembre de 2024

 Los que hemos partido de una familia no muy culta, sabemos el esfuerzo que representa formarnos por nuestra cuenta; o sea, ser autodidactas. Hay que leer de todo y sin ningún consejo sobre los libros que yo compraba. Mis padres nos hablaban recurrentemente, sobre hombres y mujeres que habían vivido hacía mucho tiempo en mi pueblo porque esa era la base de su sabiduría: mis padres aprendían de aquellas cosas que les pasaron a aquellos que estuvieron en el mundo antes que ellos. Así, era común una conversación de mis padres en la que se decía: la prima de fulano se fue a Bilbao y  allí le fue mal (o bien). O: el tío Regalado decía esto o lo otro. Y a cada paso , para cada ocasión, yo oía lo que hizo o dijo el tío Sangre Helá, el tío Cojonudo, etc. Y también oía yo eso de: ¿tú conociste al tío Facundo? Sí, padre. Pues el tío Facundo etc, etc. Yo no digo que está mal o bien esto de acordarse de los ancestros pero siempre contaban las mismas cosas de los mismos ancestros. Hoy en día no se tiene recuerdo de nadie. Según se entierra a los que nos preceden en el mundo, se les olvida. Mis padres, como creo que hacen en el pueblo la gente mayor, han removido los dichos y los hechos de los que murieron para que murieran un poco más despacio, para que se reconocieran sus méritos y sus anécdotas vitales, para arrebatarles del olvido unos pocos años en los que se hablaba de ellos y se ponían de ejemplos de lo que se debe hacer o no.

Los muertos mueren después al olvidarlos.

Sana costumbre es hablar de los muertos, de lo que hicieron, para que valga para los vivos.

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