La otra noche, Domingo no podía dormir a gusto así que salió a la terraza a fumarse un cigarrillo. Eran las 4 de la madrugada. Su hijo había regañado con él estas navidades y no sabía ya nada de él desde entonces. No quería juzgarlo. Era todavía joven y de joven la sangre bulle de otra manera. No haría esfuerzos para tratar de que volviera a él, solo que esperaría a las próximas navidades a ver si volvía. Solo se trataba de eso. De esperar casi otro año entero a ver si su hijo recapacitaba y se daba cuenta de que le quería tanto que deseaba verlo. Una prueba de ello era este insomnio que se había quedado en su mente. Tras una pesadilla, se despertaba a deshoras. Soñaba con que su hijo moría de muchas maneras y se despertaba agitado y triste. Había que esperar a que diese señal de vida. Esperar, esperar. ¿Era lo mejor esperar? Es lo único que se le ocurría a Domingo. Se fumó el cigarrillo, bebió agua y se acostó pensando en su hijo.
Pensamos en los demás.
¿Piensan los demás en nosotros? Esa es la ecuación humana repetida mil veces.
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