Este era un tipo como cualquiera, bastante aburrido, que se tumbó una noche a dormir en su cama y se miró para dentro y se vio triste y mísero. Empezó a darse cuenta de lo banal que era su vida, de lo poco que tenía, de la esperanza que se moría a sus pies de su vida. Empezó a darse pena, mucha pena, dolorosa pena casi hasta lo físico. El dolor de su pena se archivó en un costado pero no terminó de acabarse. El dolor de la pena que sufría este hombre aburrido le llegaba al pecho, al estómago, a la garganta. Se levantó de la cama y se fumó un cigarrillo. Sabía que había otros como él, que maldecían sus vidas, que lloraban por la noche su desconsuelo. Y no podía dormir. El dolor de su aburrimiento no le dejaba dormir. Estuvo toda la noche en vela rumiando su tristeza y cuando vio amanecer, se sintió otro y salió a la calle y saludó a un amigo que iba al trabajo y él mismo fue al trabajo y se sintió alegre porque la noche acabó o porque el día empezó, no se sabe muy bien.
Algunos duermen inquietos, con pesadillas
y otros tienen las pesadillas en la vigilia.
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