Las circunstancias vitales de los poetas y narradores que escriben libros y los venden casi no las conocemos. Sabemos de escritores que han dado clases en universidades, sabemos de otros que han nacido en un ambiente muy triste, nada parecido al mundo de las letras. Y no sabemos de muchos que no han logrado vender sus libros. Van por ahí, con una libretilla en el bolsillo de la camisa, quizás fumen en un banco de algún parque y revisen los apuntes anotados en esa libretilla que les dará para escribir cuando lleguen a casa. Algunos viven con sus padres todavía y tienen un hermano o una hermana que les critican permanentemente, que le llaman vago, pero no escritor, nunca le llaman escritor, nadie les llama escritores. Y van escribiendo de lo que les dejan, de lo que esta sociedad permite. Hay otros escritores de la libretilla que escriben de una sexualidad libre, de unos crímenes horrendos en los que la víctima es su propia hermana o hermano que nunca le han llamado escritor, que es lo que él es: un escritor. Y mandan a concursos sus obras pero nunca les dan el premio. Y siguen escribiendo y su barrio se queda pequeño y van al centro de Madrid a ver mendigos y les preguntan: "¿De dónde eres?" Y les dan una moneda y apuntan en la libretilla y así todo el rato.
Los escritores no conocidos me da a mí que son legión.
Porque los conocidos también son legión.
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