domingo, 22 de diciembre de 2024

 Aquel instante feliz de la paz de los árboles. Aquel sosiego de madera viva. Aquel verde mullido que generaba satisfacción plena. Todo se juntó en pocos minutos abatidos por la bandada de grajas que cubrió el cielo de negro. Sonaban los graznidos, sonaba el apaciguamiento del rostro y los músculos, no sonaba nada al cabo. Sonaban las agujas de los pinos, sonaban todos los mares de la península pero no sonaba nada al cabo. No sonaba nada al cabo porque no había cielo que guardara tal sonido o voz o canto. Pero había un sonido parecido al silencio que sonaba como las estrellas cuando se miran unas a otras. Sonaba una canción, el estribillo de la naturaleza, no sé, sonaba como una especie de silencio. Sonó la vida libre de cosas, libre del dinero, libre de las gentes, pero no sonaba nada al cabo. Sonaba, eso sí, un eco, la paz de los árboles, el silencio somero con los caminos al lado. Sonaban unos graznidos, sonaba el sigilo de la tarde junto a los pinos. Creo que sonaba un pedazo de Dios.

Me quedo con la vida.

La vida está llena de ocasiones para vivir, nunca mejor dicho, nunca mejor explicado.

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