Hoy quiero tramitar tranquilo todo el atardecer. Despachar la mañana con un adiós irremisible, un adiós fuera de toda sospecha. Cuando deje de estar tumbado, quiero que las horas se vuelvan historias en mis manos, trozos de algo que dije hace mucho tiempo. El sol ha venido a dispensar una luz determinada por el arte vencido de las gentes que ocupan el espacio y las ruinas. El sol, hoy, está en entredicho pues mañana será lunes. El domingo recuerda asustado que terminará hoy mismo bajo el yugo de la noche. El lunes espera agazapado su oportunidad de ser, su oportunidad de matar al domingo una vez que se cierre el sol y los ciudadanos, asustados, vean su muerte en la cama. Pero es de mala suerte acordarse un domingo del lunes que llegará. Olvidemos el lunes, tratemos de alejarle del domingo parlero de aperitivo y cocido para diez. Dejemos que el tiempo muerda al domingo muy despacio, como sin hambre. Y dejemos fluir nuestro cuerpo como un campo de amapolas.
Enrabietado cruce de gritos y de risas, de calambres de ira.
La infancia, a veces, parece la constatación de una voluntad fría.
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