Me pasa todos los sábados por la noche. A eso de las diez, me siento triste. Paseo por la casa, como alguna golosina que he comprado a lo largo de la semana, veo un poco la tele, me siento a leer alguna novela y no me concentro en nada por mucho tiempo. Vuelvo a pasear por la casa, miro por todas las ventanas a ver si veo algún vecino que también le pase como a mí o me pongo el abrigo y salgo a la terraza a ver si localizo con la vista algún viandante que me consuele un poco de esta tristeza que se me mete al fondo del corazón. Algunas veces, sí que veo a alguien con prisa por la calle, como si fuera a una fiesta (eso quiero pensar). Entonces yo recuerdo a la última fiesta que fui a casa de un amigo y empiezo a recordar todo lo que hice en esa fiesta y mi corazón se apacigua un poco, se siente un pelín más fuerte. Cuando dan las once, me acuesto y listo. Al otro día por la mañana me pongo frente al espejo desnuda, me miro mis enormes tetas y me siento muchísimo mejor.
El corazón hundido en el pecho tiene la peculiaridad de que puede salir de ese hundimiento en cuanto te aprecies un poco.
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