viernes, 13 de diciembre de 2024

 Antes de ponerme a escribir pienso que no voy a tener nada de qué escribir. Luego surge un tema, el que sea, y ya trazo líneas abarcando ese tema. Hoy llovía en la calle de modo cauto y silencioso y despacio de modo que nadie corría por la lluvia. Todo el mundo la aceptaba porque era una lluvia mansa y tranquila. Deberían parar todos los relojes del mundo para no saber nada del tiempo que corre, no estuviera aprisionado en ninguna muñeca tórrida del brazo, no estuviera inserta en grandes relojes de ningún palacio. No queremos el cómputo del tiempo los poetas, no queremos las 3 ni las 22:15. No queremos que la noche sea tasada. Es tarde, decimos, y ya la parsimonia se adueña de nosotros y nos vamos a acostar. El invierno va lento en los relojes, va como una vaca cansada, va como un tren de antaño. Deberíamos decir al que inventó los minutos: vete a la mierda. Porque no queremos nadie que nos digan la hora, que la veamos con un ademán simple de la mano, que nos diga esa esfera con agujas: es pronto. O se me ha hecho tarde. O falta mucho para el partido. Todo tendría que ser de sopetón, sin horas, sin el apetito de mirar minutos, sin decir falta o no falta mucho para que se pare el corazón. Es casi navidad. Ya hay muchos signos en la calle de ella. Vete al mercadillo navideño. Vete a Tailandia, tú que puedes. Vete a ver las luces otra vez. Vete al teatro familiar. Vete a la porra si sabes dónde está. Pero sé feliz, muy feliz sin que te lo impida la navidad.

El hilo infeliz que cosió la marioneta

está ahora alrededor de nuestro corazón, juntando el valor y la cordura a los días, al coraje de vivir.

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