Una mujer muy de armas tomar se puso a guisar unos cojones de toro bravo. Si no hubiera en el mundo toros bravos, la primera oración que he escrito no tendría sentido. Pero bueno: sigamos. Un cojón salió sabroso y bueno pero el otro cojón salió quemado y de feo aspecto. Como estaba por llegar su marido, hizo una bola de lana y la puso en su plato (del marido). Ella comió de lo que guisó y al marido le dijo que el cojón estaba como la estopa. El marido masticó como pudo la bola de lana y se la comió, cosa que dejó estupefacta a su mujer. Pensó la mujer que su marido estaría un mes sin cagar pero no obstaculizó al marido la ingesta del supuesto cojón de toro bravo. El marido se dispuso a echar la siesta y le entró tal mal en el estómago que hubo de llevarlo al hospital. En el hospital, todo el mundo se extrañó de tener un paciente que comía lana. Pero su mujer no se extrañó, pues conocía a su marido.
Es increíble lo que hace la gente anormal. Es increíble lo que hace la gente normal.