Yo dormité tendido en la tienducha, hice mil elucubraciones mirando al alto cielo azul. Pero no me contestaron ni los pájaros ni los peces del mar, ni siquiera las ovejas que guiaba un pastor. Todo fue silencio en la alborada, un silencio atroz que se metió en mi alma llenándola de oscuro. Fui al pueblo a tomar café. Bullía el bar de turistas, lugareños, viajantes. Pero tampoco me contestaron los humanos mientras bebía de la taza. Lo oscuro seguía allí dentro de mi alma como un poso, como la conciencia triste de estar solo en el mundo. Decidí darme un paseo por la playa y anduve mucho, mucho. Y mi cabeza fue recomponiendo un mundo de piezas todas sueltas, sin ninguna ligazón que las hiciera exactas o correctas. Llegué otra vez a la tienducha y ya no tenía ganas del amanecer del día siguiente.
La soledad no es más que un estado
al que se llega cuando ya todo el mundo es nadie.
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