La vida estaba allí, entre los míos, agua dulce que mana de muchos manantiales. Me preocupaba el saberme herido de horas sin color ni sabor. Moriré diciendo mi nombre en la mañana y ojalá haya quién me rescate de este tiempo sin hacer nada. Las calles ya expresaron su sentencia insípida. No tenía yo dónde caerme, dónde hacer la cruz de mi destino. Pero allí están ellos, esos que ven películas a las diez de la mañana, que cuentan sus problemas y les hacen caso. Una mano materna me conducirá ante los ojos de una hermosa canción de nana. Las orillas de los ríos serán para mí camino largo que recorrer sin miedo. Hablaré y hablaré las horas enteras, madrugaré un poco para asistir a mi denuncia matutina. Ojalá se cumpla mi deseo de estar con alguien, ojalá gane la partida al desasosiego y la luz blanca.
La mirada en lo improviso, el tesón de vivir
se hará cargo de mi debilidad tardía.
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