Hay un país para el desengañado. Es un país pobre y monótono. Las señales de vivir en ese país es que nada importa ya, todo es imposible. Las cuentas no salen, el vivir es difícil. Las palabras no encuentran unos oídos amigos, un amigo atento para ese desencantado modo de expresar su pobre verdad. La gente huye del desilusionado y se va a la playa a tostarse al sol. Es una pena vivir en el chasco continuo. Hay que poner la libertad encima de nuestros años para que esa libertad se agudice como la espada. Hay que volar alto, muy alto para que esa liberación ocurra debajo de nuestros pies hechos garras. La vida es un coñazo que hay que soportar y nada más. Me gustaría decir que la vida es espléndida y que me ha dado tanto pero no es verdad. Así que prefiero una verdad mala que no una mentira buena.
El caracol va muy despacio hacia el verdor de la hierba.
Así deberíamos ir nosotros por la vida: a la esperanza.
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