Ya todo es abandono, abandonamos nuestro ser en el mundo, le damos carrete para que baje a las profundidades. Y de allí recogemos solo lo que nos vale para decir que hemos oteado por encima el significado de la vida. Pero no nos vale. Queremos saber más, queremos saber lo que está oculto para la carne de que estamos hechos, para el alma que no vemos. La experiencias vitales que podamos haber vivido, por poco espirituales que puedan haber sido, nos hacen más humanos, más acordes con la razón divina que nos mueve. Moriremos, sí, pero con la conciencia de ser o haber sido divinos. Hay que leer el mundo con una nueva lectura: que podamos entender algo de esto que está abajo, metido en una cueva, triste, no edulcorado y salir pensando que dominamos un poco la clave de lo que estamos viviendo. No todo es llenar al cuerpo de vitaminas, de mirar a nuestro alrededor. Hay que sacar una conclusión, hay que hacer que el espíritu crezca.
El que nos dio poder para nacer, para pisar el suelo
nos apela a que enfrentemos el tiempo y el corazón de la vida.
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