Las calles ya lo dijeron todo. Un culmen de vecinos conmovidos por el día. Unos iban esparciendo flores; otros llevaban el bien entre sus manos. A otros, un infame vicio no les dejaba vivir. Ataron entre todos un racimo de pájaros de un cielo tierno. Y luego, los desataron para que triunfaran en la copa de los árboles añosos. Así transcurría el barrio. Donde la ropa tendida decía el tiempo. Donde el olor de guisado anunciaba el mediodía. La paz se extendía en los balcones como los anuncios en el supermercado. Todos somos ese barrio divino que place a Dios. Porque no hay otra extensión del ser humano que el barrio. Dios alumbre siempre nuestro quehacer. Dios nos halle felices por las calles. Las calles hablan, el vecino sabe.
Si observas la mañana por la ventana
verás a gente como tú, enseñando vida.
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