Mi carne y mi hueso y mis ojos de manera indudable son tareas que se desenvuelven en el día. No hablé en aquel entonces de las miserias que me rodearon. No hablaré ahora. Una luz ya me ilumina y el rostro me enciende para solventar el crecimiento del álamo, de la hormiga, de la paloma equivocada. Soy como el fuego que se prende en el interior de la cueva para ahuyentar fieras, codicias, sangre. No soy diferente a los demás, soy esos que tienen problemas, dudas y desgarros. La lluvia, por su ausencia, trae miles de males, así el rodeo de estos estúpidos seres que pretenden hablar y no hablan, que pretender hacer y no hacen. Y luego viene la llamadita. La llamadita de nadie.
Es muy vieja ya esa canción
que sonaba en los bailes del pueblo.
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