Las palabras recorren el día, lo llenan de un sentido comercial o dinerario: con Magón todo es mejor, Mega es estupendo, etc, etc. Y así pasa el marketing ante nuestros ojos, como un barrido de imagen continuo. No sé si debería apuntarme al gimnasio, dice un cincuentón con la enfermedad a cuestas. Quizás me haga pasar las horas de la mañana más amenas, no tan duras como en casa viendo la tele. Of course. Iré al gimnasio de 8 a 9, que casi no hay gente. Hay ateridos perros de lanas esperando a su dueño que se ha metido en el supermercado a hacer unas compras y no sale y el perro ladra y se pone nervioso y el negro dice: yo te lo cuido. Y la luz de mediodía está tapada por una nubosidad de altura y la pena de vivir reluce como una diosa oscura y barbuda. Dios parece que no te quiere o no existe este lunes asqueroso de mediados de diciembre. Y mira que es feo decir no existe Dios cuando hay muestras de la existencia de Dios por todas partes y es que yo, sin la existencia de Dios no soy nadie y acércame un café bien calentito y adiós.
Dime la certeza de vivir este día, dime a qué me parezco
para no sufrir la luz menguada tras la niebla.
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