El día de navidad por la tarde lo pasé bastante bien. Dimos un paseo largo hasta la estación. Merendamos en una hamburguesería. Me di cuenta de lo solos que estábamos. Me di cuenta de lo mal que llevamos estos días. Había que madrugar al día siguiente y la luz se extinguió y las farolas se encendieron. Nos despedimos tranquilos esperando otra cita, otro paseo, otra oscuridad de la noche. Cada uno partió del cuerpo del otro y nos quedó un resabio bueno en el fondo del alma. La vida pasó pronto esa tarde noche de hablar nuestras cosas, esa tarde noche de contar lo de siempre, de reírnos un rato casi sin ganas. Los cuadros de pintores famosos vinieron a mi mente y me quedé extasiado del dominio de los colores, de la técnica pictórica, de los personajes sagrados que aparecían en la pintura. Y me quedé mirándolos, mirándolos, mirándolos en mi mente.
Era una paloma totalmente desguarnecida, tibia y medio desplumada.
En la fragilidad de esa paloma vi yo la verdad, la única verdad a la que podía yo aferrarme.
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