Las manos se agitan, las manos bullen como enanitos cuando dos se juntan en el abrazo. Esas manos que estuvieron en los bolsillos del niño que éramos, todo lleno de flores y de arena. Los niños disfrutábamos de un caramelo o un regaliz. Luego, todo el disfrute lo desplazamos a unas caderas, al pecho, al amor del otro. Porque solos no podemos vivir. Necesitamos alguien que nos escuche hablar de nuestro libro, aunque no lo hayamos escrito aún. La vida va tan atómica que necesitamos de un apoyo sentimental en el que demostrar nuestras fuerzas, nuestros odios y nuestras expectativas ante la vida. Es normal en el ser humano depositar nuestra delicadeza en el cuerpo de otra persona, dormirnos apoyados en el vientre de otra persona, morir un poco mientras echamos un cigarrillo después de haber colmado nuestro amor en la dulce alcancía.
Yo extraeré para ti la presuntuosa raíz
de la pasión más fuerte que hayas sentido.
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