Hay ríos que pasan por la meseta, alejados de las ciudades. No pasan por debajo de ningún puente. Van rectos o bordean alguna loma. Van solitarios, van con su destino hormigueando en sus aguas. Son grandes ríos, como el Ebro o el Duero. Su misión es acaparar agua, agua generosa de sus afluentes, agua benefactora, agua sutil de cada rama de líquida expresión. Van al mar. Los ríos chicos también van al mar, delegando en estos grandes. "Quiero que me lleves al mar", parece decir el Eresma o el Pisuerga. Y van al mar donde desaguan un agua purísima y fecunda, como la raza española. Y así, estos ríos se cargan de razón, se cargan de una enorme responsabilidad continua, pues siempre, siempre, siempre llegan al mar. Están llegando al mar mientras escribo esto, están llegando al mar como vírgenes al macho, están llegando al mar hora tras hora.
Sal y mira si no hay un muerto en el balcón.
No, en el balcón solo está el fruto de tus sueños.
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