Es mi casa una casa no habitada, llena de brumas otoñales y de maleza oscura. No volverá el amigo de entonces, no sabré ya qué color tiene el vino de antaño. Persigo en mi sueño pobre a las gentes olvidadas, escucho un rumor de mares no vistos. El avellano suena con un silbido de aire que se cuela entre sus ramas, no hay ni un pedazo de paz que podamos dar a los hombres. Por las rendijas de las paredes se cuelan lagartijas enredadas como animales perpetuos. No sé si la mañana me dará compañía, no sé si el sol ya cansa a los ojos, a los temerosos ojos que rompen el infierno. Las horas de la tarde se viven económicamente como esfuerzos del hombre por apurar el sol. La vida ya no trae el quehacer de otros días, ya no trae el humor de antes, cuando un chiste tenía tanto sentido como una oración. La gente no se junta, no se ama, no se quiere.
Deserten los candelabros de la noche oscura, tenebrosa
y dejen de dar esa luz mortecina de poca fe.
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