Como una sed que viene conmigo desde que tengo uso de razón, así es este deseo de plasmar con palabras una invención. Pero me cuesta, ya que mi mente ya no crea nada. A mí me gustaría escribir todos los días una historia. Pero no tengo historia. Leo, por lo tanto, otras historias, otros libros, otras novelas y me da envidia del lenguaje tan preciso y precioso que se usa en ellas. Me gusta el pensamiento de lo bello, de lo bien hecho. Los labios que nacieron en la noche, por el día parecían más adornados de luz, más redondos, menos misteriosos. La historia de esa mujer dolorosamente oscura es la que estoy leyendo ahora, a ver qué me depara, a ver qué asombro esconde. El orbe entero parece desgobernarse por las guerras, por el abuso de poder, por individuos vanos. El mundo se cansa, el mundo muere, el mundo pesa ya un montón en accidentes y muerte. Con palabras no se para una guerra y menos con palabras ajenas, con opiniones, con pensamientos de paz. La guerra siempre dura demasiado. Estoy cansado de esconderme tras las ramas. Ya dura todo demasiado. Ya vencieron la sinrazón y el odio a los árboles.
La remota certidumbre de que allí se sufre
viene en imágenes en dolor envueltas.
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