Era el día de nochebuena. Eligieron ese día para desaparecer del mapa cotidiano. Eran dos adolescentes. Compraron un billete de autobús hacía un mes y estaban deseando que llegara el 24 de diciembre para hacer una pequeña maleta e ir al sur, a la playa. No sabían lo que durarían en ese sur idealizado que tenían en la mente cada uno. Uno se llamaba Miguel y el otro, Mario. Eran amigos de instituto. Solo eso. Amigos de instituto. Pero les unía una fuerza de amistad más allá de todo. Así que salieron de sus casas sin hacer ruido a las 6 de la mañana y se juntaron en la plaza del ayuntamiento. De ahí partieron a la estación de autobuses de la capital. Allí, en la estación, vieron mucha gente. A las 7 partía su autobús al sur. Daba igual a qué ciudad llegaran. Era la ciudad del sur que ellos querían. E hicieron 900 kilómetros, 10 horas de autobús para llegar a ella. Allí querían probar su futuro, iniciar una nueva vida lejos de los rutinarios estudios, de la rutinaria vida del norte. Y lo consiguieron. Montaron un negocio de cara al mar, un negocio muy rudimentario, pero negocio al fin al cabo, con una pequeña inversión. Y ya no volvieron a acordarse de esa ciudad mesetaria y triste que abandonaron una día de nochebuena.
Mis cantos son los cantos rodados que fluyen con el río
y mi canción no es otra que la del pueblo que quiere ser libre.
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